martes, 30 de noviembre de 2010

“Nunca los abandonaré, hijos míos”


Camino a casa mi madre dijo: “Nunca los abandonaré, hijos míos”. En ese tiempo, yo de 4, él de 3, solo vivíamos para ella y de ella, claro, no olvidamos a papá, con sus juegos, sus inventos: un carrito inmenso del tronco de una árbol, los columpios de soga y más troncos, los muñecos de trapo: mi Lola y su Pepe. Mi padre, mi bueno pero inmaduro, padre, realidad que no concebía porque sin él no vivía, solía hacer largos viajes al pueblito donde mis abuelos vivían.

El y su mochila subían al cerro, mi perro lo acompañaba, mis pensamientos también, cuando ya a muchos metros veía, apenas, su silueta, alzaba mis manitos y como queriendo que regrese, me despedía, así por mucho tiempo hasta que me dijo que le dolía, porque tenía que seguir.

Nos quedábamos, mi madre, mi hermanito, yo, algún perrito, la mamá Cristina y los del frente. ¿Mamá Cristina? Sí, ella y su cueva, porque siempre paraba allí, al lado de la casa, en un hueco del cerro, no sé de dónde vino, ni sé cuándo se fue, solo, que la extrañé mucho. Vivíamos en una quebrada, en una gran casa de adobe y techos de calamina, una cocina de fogón, un pequeño patio y nuestros juegos, al lado inferior de la casa estaba la sequia (entiéndase como canal de agua), y alrededor un paraíso, lleno de frutas, animales, plantas y sobre todo aire fresco y agua limpia: un gran río.

Era la única casa del lado del cerro, al frente, la del llamado abigeo. Un señor que decían era malo y ladrón, del cual tengo un sueño por recuerdo, un sueño en donde entre nubes me llamaba para obsequiarme unos bizcochos, a los pocos días y luego del canto de la “paca paca”, falleció.

Tenía miedo de la "viuda", mi madre mencionaba mucho esa palabra, yo olvidaba que era la misma señora que en las tardes de visita nos invitaba leche de cabra y mucho yacón: cómo me encantaba. No olvidemos a la gran Luchita, motivo de disputa de un padre y su hijo, una moza que de curiosa le preguntó a un niño calladito y tierno el motivo de su suspiro, mi hermanito, con pura e inocente picardía, respondió: “por ti”.

Hubo días lindos y crueles, crueles como aquel en que el río se llevó a mi madre, pero la fuerza y el aferro a sus hijos superó las turbulentas aunque cristalinas aguas, no sé si lo vi o solo lo imagino, pero aún tengo en mi mente el recuerdo. Otro en el que la curiosidad y el caballito de palo pudieron más que la prohibición y atravesaron juntos el zaguán: una niña terminó rodando entre cactus y hierbas.

O aquel en que, mi madre tardaba en llegar, no solía dejarnos solos, pero era necesario buscar el pan, mi padre no estaba, y el sol empezaba a ocultarse, cuando recordé -“Si algún día te pierdes, encuentra la sequia y síguela”-. Cogí del brazo a mi hermanito, que días anteriores intenté cambiar con ganado, bromas que nos jugaban los del frente, y lo llevé conmigo, no sé dónde solo seguí la sequia: ella me llevaría a mi madre que supuse perdida.

El camino era largo, ya no se veía mucho, como éramos pequeñitos nos metimos en medio de la sequia, que estaba sin agua, y caminamos, cada vez que venía una roca o una rama, nos agachábamos, hasta que la hallamos, todo se iluminó, ella y un borreguito, no recuerdo la explicación, no me importó, la abrazamos y lloramos. Cuando dijo: “Nunca los abandonaré, hijos míos”.

2 comentarios:

Karlytoz Palma dijo...

Muy hermosa historia, tan real como el temor del niño al no ver llegar a sus padres.. muy emocionante..
Con esto corroboras lo que anteriormente afirmaste, "no debe de existir un escrito si es que no se ha vivido o se conoce el tema", yo creo además que aquellas historias, son las mejores.
Ah, sólo hacer una anotación, donde mencionas "sequia", yo creo q te refieres a "acequia", o quizas yo me equivoque.

EL BLOG DE ESMITA dijo...

Sí, me refiero a la acequia. En mi zona la llamábamos así, por eso la pongo, en todo caso la pondré entre comillas o en cursiva... Graciasssss.... continúa conrrigiendome y verás cómo mejoro..gracias