“¡Qué hermoso!, tiene una carita de ángel”, dijo. Pero
cuando este angelito se paró y apenas empezó a andar, la señora cogió su bolso
y continuó su camino.
Eras pequeñita, no te movías mucho, tus llaguitas apenas cubiertas con tintura canina, ocultaban aquel
mal en proceso.
Con tu tierna carita cambiaste unos cruentos requintos por
un: “Te llamarás Cafetalito”. Desde ese momento supe que una nueva vida era
parte de la nuestra. No pensábamos en la comida, ni en el dinero, solo en unas vacunas antisárnicas y algunos cuidados.
Pronto, la luz haría ver lo contrario…
“¡Un doctor!, ¡un doctor!”. “Debe ser consecuencia de la
Distemper o un mal neurológico, lo han golpeado mucho…”. Con el diagnóstico en
la cabeza, el corazón en la garganta, y las manos sujetando tu frágil
cuerpecito, rumbo a casa nos dirigimos.
Con la colita volteada, unas orejas y ojos grandes, las patitas que no cesaban de temblar, un hambre
voraz, y voluntad de hierro, continuaba, día a día su camino…pues el creído
machito resultó ser una hembrita.
Caminabas y caías … solo parabas echadita, la comida era tu
festín, toda te manchabas. Yo sufría, tú disfrutabas. Cada vez que hablábamos de
muerte, solías caminar hasta nuestros piecitos y acostar tu lastimado
cachetito. Para colmo de males, la dueña y señora de la casa, tu carita mordió
y una grave herida te dejó. Desesperados, otra vez, al doctor. La economía no era
buena, pero era tu vida, merecías una oportunidad.
Otra vez la muerte, ¡eutanasia!, otra vez sobre las piernas.
Ahora muerdes, y gruñes al sentir que acechan tu comida.
Milagro maravilloso es el ejercicio físico. Tres meses se
agotaron en una carrera de cinco minutos, pues luego tres minutos caminaste con
completa normalidad. La alegría fue inmensa, el gozo más: la esperanza consumida
empezó a surgir.
La promesa de mejora no está lejos, la felicidad está en cada
acción, en cada reacción, en cada logro. Una vez más el amor se dará en la
persistencia, tu, mi pequeño tesoro volverás a caminar y correr sin tics
nerviosos.
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