miércoles, 8 de diciembre de 2010

MIS AMIGOS TRAS LAS REJAS ¿QUÊ BUSCAS?

No son sus familiares. El azar del destino las condujo al conocimiento de personas a quienes hoy ayudan sin pedir nada a cambio.

Penal Miguel Castro Castro de Canto Grande. Entre sus de  12 pabellones hay dos de presos políticos, esos a los que los del común los llaman terroristas, comunistas, fracasados, otros, sin embargo, compañeros. No  te asustes, el contacto con ellos no produce ningún temor, al contrario, el calor humano que sus, ayer, torturados, y hoy, recuperados, cuerpos despiden  es más fuerte que el poder de este penetrante y estremecedor frío invernal.

El Penal
Hoy es sábado de visita femenina. El no muy viejo penal abre sus puertas desde las nueve de la mañana para recibir a cuanta mujer se digne en vestir falda, con sandalias o valerinas. Y cuanta corajuda  recelosa se entregue a las manos buscadoras de los policías y los llamados “INPEs”. La entrada es amplia y limpia, la cola es pequeña. Sus facciones gozan de la calma y misterio de un viejo castillo medieval, sus decoloradas paredes muestran tímidamente una corona de alambres con púas adornadas de cables de alta tensión. Su trasero esconde cuanto regalo implantado para el atrevido cuerpo infausto que pretenda escapar, estalle.

La Seguridad
Una reja grande, es el principio, a una esquina, un cuartito y un policiíta dentro, nos revisa el DNI. A medio camino la estatua de alguna Virgen. En la segunda puerta el primer “INPE” nos revisa nuevamente, al final de un camino de barandas negras, nos espera otro para “recepcionarnos” (así se hacen decir) el documento, escribir el número de casillero  e implantarnos dos sellos en nuestros desnudos brazos descubiertos a orden suya. Tercera puerta: dos máquinas detectoras de objetos metálicos esperan rugientes e impacientes nuestras humildes bolsas de mercado. Como si no fuera poco, un policía a cada lado lo vuelve a revisar.

Empieza el registro personal. Cuarta Puerta: Esta vez son cuatro cuartos pequeños que nos aguardan. Abres. “¡Cierra la puerta!, prohibido celulares, ya sabes, ¿no?”, dice una joven y encrespada “INPE”, mientras, sin mesura ni vergüenza va pasando por tu cuerpo sus experimentadas manos. “No permitas que te toquen mucho”, recuerdo que me dijeron, “algunas son lesbianas”. Luego, la quinta puerta, a mi paso, se  cerró. Ya solo falta la séptima, la octava, la novena, un hombre de aspecto agradable y sin traje a rayas nos da la mano, nos saluda, en fin nos alivia la carga emocional y material. Por fin llega la décima puerta donde el último “INPE” a la vista, pregunta por el visitado, el número de casillero y el visitante. En adelante, las puertas que vienen  no parecerán tales.

Los reclusos
 Los hay de todas las profesiones: rateros, traficantes, “drogos”, asesinos y  políticos. Los hay de todos los colores: blancos, negros y trigueños. De todos los lugares: selva, sierra y costa. Y también de todas las clases sociales. El pabellón de los políticos es agradable, las sonrisas, las manos, las bienvenidas todas se extienden como si fueses una familiar más. El hogar olvida sus mezquindades y te ofrece cual manjar “caldo de gallina”, cual café con pan, cual arroz pollo se preparó hoy. Las rejas ni se sienten. Los niños, como en el nido, las mujeres, como en la casa, circulan libremente por los apretujados pasillos de tan humilde multihogar. Un patio, un taller de cerámica, pelotas desinfladas, hombres incesantes y forjadores te reciben con el brazo y el pensamiento abiertos.

Las visitas
Ellas ansiosas por volverlos a ver, a sus esposos, a sus novios, a sus amantes, a sus padres, a sus… amigos. Llevaran toda clase de víveres que la economía les permita adquirir. ¿Usted, a quién visita, señorita? “A un amigo, a uno que su mujer y sus hijos han olvidado”, me responde. “¿Qué busca?”, la interpelo.”Compañía y consejo”, con tierna seguridad, alude. Muchas como ella no tienen en este rincón ningún parentesco con nadie, sin embargo, pan bajo el brazo, suspicacia en la palabra, fuerza en el corazón e inquietudes en la mente se enlistan a la labor de ayudar.

El final
Son las cinco de la tarde. Las conversaciones se detienen, las voces toman un ligero impulso para que con más fervor y entusiasmo te digan: gracias. Aquí todo tiene un precio. Dentro es un mercado. Lo único sincero son las emociones expresadas. “¡Ilusa muchacha, no confíes en nadie!”, es el consejo. Nosotras esperaremos un miércoles, un sábado. Ellos solo esperan el volver a vernos.

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